¿Juego, alegría, diversión y compañerismo?
“El patio de mi casa…” resuena en mi memoria, una melodía, quizá la única que me invitaba a jugar y cantar durante el recreo en el patio de la escuela: “El patio de mi casa, es particular, se moja y se seca como los demás, agáchense y vuélvanse a agachar…” decía la melodía, recuerdo el canto, las risas y el parloteo alegre de las niñas y niños que rebosábamos de alegría y entusiasmo, eso era la vida en su máxima expresión, jugar, reír, indagar, descubrir y ser.

En el supuesto ideal, madres y padres de familia, docentes y cuidadores deseamos que, niñas, niños y adolescentes desarrollen plena confianza en el mundo y las personas que les rodean, a través de prácticas de crianza positiva, protección, educación y guía que oriente y facilite el desarrollo de competencias para la vida, así como un crecimiento integral y armonioso, tomando en cuenta las características y necesidades individuales del menor, atendiendo sus intereses, motivaciones y aspiraciones. Todo ello, enmarcado en un enfoque de derechos humanos que considera el interés superior del menor, como lo establece la Ley General de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes. (LGDNNA).

Desafortunadamente ese ideal muchas veces se ve limitado e incluso puede parecer una utopía, debido al deterioro del tejido social que con frecuencia vulnera a los ya vulnerados, y cuando hablo de vulnerabilidad me refiero a aspectos como, carencia económica, abandono parental (ausencia, indiferencia, orfandad, abandono, sobreprotección), vivienda insalubre y/o paupérrima, entre otras, así como la vulnerabilidad emocional, propia de la edad, debido a la etapa de desarrollo en la que se encuentran. Cabe mencionar que en algunos casos la carencia es más emocional que económica, pero igual de preocupante.

Para comprender el entorno que actualmente vive el alumnado en las escuelas, es sumamente importante mostrar una gran sensibilidad, para algunos padres de familia, profesores y cuidadores, les ha sido de gran ayuda rememorar la propia experiencia escolar e intentar dar respuesta a algunas preguntas como ¿cuál era mi mayor miedo cuando era pequeño(a)?, ¿en qué lugar me sentía segura(o)?, ¿en qué lugares experimentaba miedo o inseguridad?, ¿cómo era el patio de mi casa?, ¿cómo era el patio en el que compartía el recreo escolar con mis amigos?, ¿qué dificultades enfrentaba?, ¿cómo las enfrentaba?. Esta reflexión generalmente lleva a empatizar con mayor facilidad con el alumnado, evitando juicios y mostrando mayor aceptación de la realidad actual a la que nos enfrentamos todos.

Es importante mencionar que, mi propio proceso reflexivo y de rememoración de mi vida escolar, no ha sido fácil, ya que, quizá al igual que algunas otras personas, mi infancia fue teñida por claroscuros emocionales no siempre fáciles de afrontar, pero justamente, esos claroscuros motivan y dan sentido a la labor que realizo en las comunidades educativas. Sirva lo anterior como preámbulo para compartir una experiencia que hasta la fecha me conmueve en las fibras más sensibles y apela a mi sentido más profundo de la responsabilidad social que tengo como docente, capacitadora y ante todo como ser humano que vive en sociedad y es responsable en parte de lo que en ella sucede.

Hace un par de años conocí a una adolescente a la que llamaré Esther, vive en el Estado de México y cursa el segundo grado de secundaria, cuando la conocí me dijo – Venir a la escuela es el peor castigo que sufro de lunes a viernes y se marchó rápidamente, tan rápido que no la alcancé para intentar comprender su comentario, su mejor amiga que estaba ahí, me alcanzó cuando yo perseguía a Esther y me dijo – No te dirá nada maestra, le da vergüenza. Me contó que durante el recreo la humillan porque tiene un problema de lenguaje que le impide expresarse de manera clara, así que le han puesto muchos apodos denigrantes y ofensivos, hace unos días una de sus compañeras le dijo –Tú mamá no debería haberte tenido, su amiga refiere que, desde ese día Esther se volvió mucho más introvertida y llora con mucha facilidad. La mamá de Esther murió cuando ella nació, su padre la culpo y la abandonó con los abuelos que, al morir la dejaron con unos tíos.

Empatía y compresión, claves para la inclusión
En la actualidad la convivencia escolar supone un gran reto para la comunidad educativa, reto que es necesario abordar con paciencia, ya que, es un proceso que requiere manos de artesano que con el mayor cuidado trabajan la materia prima humana, manos artesanas que, de a poco zurcen el corazón, una puntada de empatía, dos de comprensión. La historia de Esther es una de tantas que no se cuenta, pero si cuenta, cuenta para mí, porque no la olvido, y me pregunto ¿quién zurce el corazón de Esther? y lo escribo en presente porque es para hoy, no hay tiempo para el futuro, porque lo que hoy sucede en nuestras escuelas a las Esther en masculino y femenino, ya es, el mañana de nuestra sociedad.

El patio de la escuela de Esther
La historia de Esther es un llamado a reflexionar sobre lo que estamos haciendo como comunidad escolar, como familia, pero sobre todo como sociedad, porque el patio de la escuela de Esther no es particular, es comunitario y social, es un espacio de convivencia que se puede transformar si cada uno de nosotros ofrece sus manos artesanas para zurcir el corazón de una humanidad que, hoy más que nunca anhela construir la paz.

¿Tú sabes lo que pasa en el patio de tu escuela?
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Fuente:
Ley General de los derechos de niñas, niños y adolescentes. [L.G.D.N.N.A], Diario Oficial de la Federación. [D.O.F.]. 04 de diciembre del 2014, (México). Disponible en este enlace.