De matanzas como esa, que costó la vida a 15 personas –incluidas las de los dos chicos– o la del ultraderechista noruego Anders Breivik, que acabó con la vida de 77 personas en la isla de Utoya y de la que el viernes se cumplió un lustro exacto, se habría inspirado un Sonboly que se encontraba bajo tratamiento por problemas psiquiátricos.
“Me resulta raro que el chico de Múnich haya podido leer el libro”, dice Klaus Hurrelmann a este periódico. Para él “lo interesante” de su caso es “por qué no dirigió su agresión a sus compañeros de clase en el ámbito escolar” y en lugar de eso eligió “un centro comercial y un restaurante”. Esto no le hace corresponder con la decena de casos estudiados en Why Kids Kill: Inside the Minds of School Shooters, muy a pesar de que, según ha podido saberse, Sonboly sufría el acoso de sus compañeros de escuela.
UN CASO INCOMPRENSIBLE
De lo que no le cabe duda es que el gesto de Sonboly tiene mucho de síndrome Amok, que se manifiesta con un arrebato violento contra la sociedad o parte de ella y que sólo frenan el suicidio o la inmovilización del sujeto. “Casos como éste no suelen ser del todo explicados”, sostiene Hurrelmann. Sus años de estudios en psicología y ciencias sociales no le impiden reconocer lo mucho que hay de incomprensible de casos como el del chico de Múnich.
Ese sentimiento de incomprensión es el que se respiraba precisamente en todo Múnich el día después del ataque, ocurrido en el distrito de Moosach. En el más céntrico barrio de Maxvorstadt, situado a cinco kilómetros al sur del lugar de la matanza y donde Sonboly vivía con sus padres, ha causado estupor saber que uno de sus habitantes era responsable de haber puesto a la capital bávara en el centro de atención internacional. Por momentos, el viernes se temió que lo que fue aparentemente un arrebato de locura se tratara del primer atentado a gran escala del Estado Islámico en Alemania.
SOLITARIO Y SIN CONFIANZA
“Uno no se imagina nunca algo así”, dice a EL ESPAÑOL Mohamed, responsable de una peluquería situada a escasos 100 metros del portal del edificio en cuyo cuarto piso vivía Sonboly con sus padres. “Es cierto que era un joven solitario, que a sus 18 años demostraba no tener confianza en sí mismo, no era de hablar mucho y, de hecho, siempre había que sacarle las palabras de la boca”, añade el peluquero, que conocía al chico desde hace “dos o tres de años”, según sus cálculos.
De acuerdo con este estilista de barrio, Ali David y sus padres, dos refugiados iraníes llegados a Alemania en los años noventa, se instalaron en el edificio en el que vivían en Maxvorstadt al poco de ser construido. La edificación es reciente y, por sus habitantes, da cuenta de la mezcla que existe en la zona de la Dachauerstrasse – la calle más larga de Múnich, al extenderse en algo más de once kilómetros.
“Ahí vive gente rica y gente normal, que recibe ayudas del Estado”, asegura Mohamed. De las posibilidades de algunos de los habitantes del edificio da buena cuenta que en los locales de los bajos del bloque haya un concesionario de coches de lujo de la marca italiana Maseratti. También hay una tienda de trajes de novia.
FAMILIA MODESTA
Los Sonboly no pertenecían a los más acomodados del barrio si uno cree las declaraciones del propio asaltante del McDonald's y del centro comercial Olympia, al cual se escucha decir en uno de los vídeos grabado durante su ataque que creció beneficiándose de las ayudas sociales del Estado germano.
Sin embargo, él y su familia pasaban perfectamente desapercibidos. Selal, dependienta de una heladería situada no lejos de la peluquería de Mohamed, afirma no haber visto nunca al joven. “Resulta raro no haberle visto antes, tal vez fuera alguien que no saliera mucho a la calle”, mantiene. Quien sí lo conoce de vista sí se atreve a afirmar que “era un chico agradable y tranquilo”, según lo define a este periódico un vecino que vive en su mismo portal y que prefiere mantenerse en el anonimato.
“Es horrible darse cuenta que tu vecino es responsable de algo así”, afirma por su parte Sebastian, un joven inquilino del edificio. “Me enteré esta mañana de que él era mi vecino”, reconoce, aludiendo al autor del tiroteo. Como Sebastian muchos alrededor de Sonboly no vieron que en el chico se estaba gestando unas violentas intenciones que desencadenaron el drama del viernes.
Entre ellos también están los responsables del reciente cierre del Centro de Salud que está situado en la acera de enfrente y a escasos cien metros del portal del bloque donde ahora viven asolados los Sonboly. Allí, en la segunda planta, se ofrecía atención psicológica a adolescentes.