El estrés es una respuesta natural de nuestro organismo ante estímulos externos, e involucra los sistemas endocrino, nervioso e inmunológico. Sin embargo, cuando una niña o niño se encuentra de manera constante ante situaciones angustiantes, como lo es el acoso escolar, se activa uno de los principales sistemas del cuerpo, el eje hipotálamo-hipófisis-suprarrenal, que libera cortisol (hormona del estrés), que en exceso conlleva a alteraciones crónicas a nivel neuronal, hormonal y biológico, convirtiéndose en algunos casos en trastorno de estrés postraumático (TEPT)
Este trastorno genera niveles elevados de cortisol (hormona del estrés), ocasionando que las niñas y niños sean más susceptibles al estrés y no logren gestionarlo adecuadamente; por lo que tienen dificultades para concentrarse, se quedan “en blanco”, se paralizan, reaccionan de manera agresiva o sobre exagerada, emocionalmente pueden angustiarse en exceso, experimentan regresiones, pesadillas, pueden tener dificultades en la escuela, en los deportes, con los amigos, la familia y en general con cualquier persona con la que convivan. Cabe resaltar que los signos y síntomas varían de acuerdo con la edad de cada niña o niño.
En otras palabras, el trastorno de estrés postraumático es una señal de que el cerebro está luchando por recuperarse de un evento profundamente perturbador, y como todas las condiciones de salud serias, la recuperación lleva tiempo. (Keshin, 2023)
¿Por qué los estudiantes que viven acoso escolar bajan su rendimiento escolar?
La respuesta va más allá de un simple “ya no quiero ir a la escuela”, al haber un exceso de cortisol (y otras hormonas), se alteran casi todos los procesos neurobiológicos; las sinapsis (señales entre neuronas) disminuyen y forman una especie de “freno” que inhibe la dopamina (hormona de la felicidad), entre otros neurotransmisores y procesos, lo que ocasiona ansiedad, depresión, problemas digestivos, dolores de cabeza, problemas de sueño, memoria, tensión y dolores musculares.
Cuando los niveles de dopamina se agotan o disminuyen, los mensajes entre las neuronas no se pueden transmitir adecuadamente, lo cual afecta en el comportamiento, estado de ánimo, la atención, el aprendizaje, el movimiento y el sueño. Por eso en clase podemos ver que las niñas o niños que han vivido acoso escolar les cuesta trabajo prestar atención, se aíslan, no retienen información, entre otras consecuencias visibles.
¿Qué podemos hacer para prevenir estas consecuencias?
Nuestro cerebro tiene una maravillosa cualidad llamada plasticidad, la cual nos permite aprender, desaprender y reaprender a lo largo de nuestra vida; claro que conforme pasan los años esta plasticidad disminuye. En los primeros años el cerebro se encuentra en su punto máximo de plasticidad, lo cual ocasiona que las niñas y niños tengan mayor facilidad de aprender, pero también implica una mayor sensibilidad a los acontecimientos traumáticos, que pueden dejar una cicatriz que se intensifica con la edad.
Parte de la solución ante esto es que las escuelas cuenten con programas de prevención del acoso escolar, capacitar a toda la comunidad escolar para detectar a tiempo conductas que pueden derivar en acoso escolar y guíen de manera adecuada los comportamientos de niñas y niños.
Por otro lado, si ya se detectó que una niña o niño vive acoso escolar, se necesita atenderlo adecuadamente, es decir, llevarlo a atención psicológica; incluso si lo vivió meses o años atrás, ya que, debido al estrés postraumático, no podríamos asegurar que las reacciones que vaya a tener en un futuro, como en la adolescencia, sean exclusivas de la etapa.
Por ejemplo, un niño de 7 años que vivió acoso escolar durante todo un año, le logra decir a un adulto y se logra detener la situación en la escuela, entonces podríamos suponer que se recupera por completo en ese momento. Sin embargo, más tarde en la adolescencia, podría recordar el acoso y sentirse perturbado de nuevas formas, lo que podría llevarlo a no saber cómo actuar adecuadamente ante lo que internamente le ocurre.
Por lo anterior, es importante no dar por hecho las cosas y creer que por ser niños y tener plasticidad cerebral e incluso ser resilientes, van a superar cualquier evento traumático. Necesitamos ser adultos responsables, darles el cuidado y atención que requieren ante este tipo de situaciones que generan un daño interno.
El acoso escolar deja efectos profundos y duraderos en el cerebro infantil, afectando la salud emocional y el rendimiento académico. La intervención temprana y la prevención son esenciales para reducir estas secuelas y brindar a los menores de edad un entorno seguro donde puedan desarrollarse plenamente. Es nuestra responsabilidad como adultos proteger su bienestar y ayudarles a superar estos desafíos.
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Keshin, B., (2023) “Trastorno de estrés postraumático (TEPT): ¿pueden padecerlo los niños y los adolescentes".